Un niño de calle
El cuarto y último hijo de unos padres que siempre han apostado por la sencillez, humildad y buena educación. Nací en el seno de una familia humilde, una familia con residencia en el barrio de Vite en Santiago de Compostela.
En la época de los 90 era un barrio donde reinaba la diversidad y que acogía a muchísimas familias numerosas, algunas con más de 7 hijos. Considerado como uno de los puntos negros de la bella ciudad de Compostela. Aquel lugar fue mi escuela, en ocasiones de forma institucionalizada dentro de cuatro paredes y otras en la mayor aula que un niño puede tener, la calle. Estar allí era una verdadera fuente de aprendizaje, implicaba tener que relacionarte con otros niños de varios bloques de viviendas (de los bloques marrones, verdes, blancos…), todos teníamos diferentes edades, con distintas habilidades y con gustos y aficiones comunes que nos permitían pasar y jugar horas y horas en la calle.
Cuando llovía nos metíamos en algún edificio y nos sentábamos en la entreplanta a jugar con los juegos de mesa que más nos gustaban. La calle te enseñaba reglas, mejoraba tu condición física, potenciaba tus variables psicológicas y psicosociales, hacía florecer tus emociones y daba rienda suelta a la innata creatividad que todos llevamos dentro.
A veces menos es más, a veces poco es mucho, a veces lo que se demora es mejor que lo inmediato, a veces lo que se tiene es mejor que lo que no se tiene…
Desde muy pequeño jugaba con cajas de zapatos, hacía con ellas casas que me gustaría tener en un futuro y tiendas que estimulaban mi potencial emprendedor. Me pasaba horas construyéndolas para luego jugar con ellas. El barro, la plastilina convertida a multicolor tras muchas horas de uso, las maquetas de madera y otras manualidades ocupaban también parte de mi tiempo libre.
Un niño deportista
Un pésimo entrenador cambió el rumbo de mi vida
El primer contacto con el deporte reglado lo tuve sobre los 8 años incorporándome a un equipo de fútbol sala que había en el colegio. Me esforzaba en ir a entrenar todos los días, atendía a las explicaciones del entrenador y acudía a todos los partidos a los que me convocaban, viajando con mi padre por diferentes pueblos cercanos a Santiago de Compostela.
Partido tras partido siempre quedaba en el banquillo, el entrenador solo sacaba a jugar a los más habilidosos, a los resultones, a los que metían goles. Pero yo nunca perdía la esperanza en que algún día podría tener esa oportunidad de demostrar mi valía o por lo menos poder aplicar en una competición lo aprendido en los entrenamientos.
Fue mi padre quien me hizo ver la realidad, y tras unas sabias y serias palabras con el entrenador me dio de baja en el equipo.
Así fue como empecé a practicar un nuevo deporte, el atletismo. Me casé con él sobre los 9 años y desde entonces seguimos juntos, ahora de forma más lúdica y antes con carácter competitivo y educativo. Y digo educativo, porque gran parte de lo que soy se lo debo al atletismo. Esas horas y horas de largos entrenamientos bajo lluvia, sol, nieve, viento, ciclogénesis….esos kilómetros en silencio sobre una pista de tartán, sobre monte, sobre el arcén de una carretera secundaria o general no solo crean impacto en las articulaciones sino en la mente de una persona. Esas relaciones sociales con otros atletas, el respeto a la norma, el mimo a tu cuerpo, el juego limpio, el saber ganar en ocasiones y el saber perder en otras, todo ello hace que el deporte bien dirigido sea una enorme fuente de valores para todas las personas, y especialmente para los niños y jóvenes.

Un niño curioso, observador y práctico
Curioso
Creo que nunca he perdido la curiosidad innata al ser humano, pese a los repetidos intentos del sistema educativo de hacerla desaparecer. Desde muy pequeño me atraían muchas cosas, tenía curiosidad por todo lo relacionado con la astronomía, pero también con lo relacionado con el cuerpo humano, la naturaleza o cualquier otro ámbito de conocimiento.
Observador
Me paso muchas horas al día observando. Me encanta observar a la gente, sus miradas, sus gestos, sus palabras, sus conductas…creo que nos perdemos a diario mucha información cuando dejamos de observar a nuestros iguales. Junto a este rol de observador llevo parejo el de la reflexión continua. En ocasiones pienso si las demás personas reflexionarán tanto las cosas como yo. El cuerpo comunica antes que las palabras.
Práctico
Siempre he escapado de la teoría, me he sentido atraído más por la práctica y por ser funcional que por divagar y ser teórico. En la escuela no me gustaban las cosas teóricas, me gustaban aquellas donde había que experimentar, donde había que sentir, donde se tocaba, palpaba, recogía, manipulaba o lanzaba, en definitiva donde me ponía manos a la obra. Todo esto me hacía emocionarme, la teoría era pesada, tediosa y le prestaba una mínima atención solo por educación y por imposición del sistema educativo.
Y así pasé por la vida…
De la guardería al Colegio Público de Vite, de ahí al Instituto Xelmirez II de Santiago de Compostela y luego ya el salto a la Formación Profesional para culminar con la Universidad. Un niño y adolescente con tendencia a ser más educado que maleducado y con tendencia a trabajar frente a la vagancia. Poco más os puedo contar aquí, sin que la lectura de este post os agobie. Tengo infinitas anécdotas y otras historias de las que hablar, pero prefiero dejarlas para cafés y cervezas compartidas.
No quiero terminar esta pequeña sección sin dejar de agradecer públicamente a todas las personas que han pasado por mi vida, directa o indirectamente, todas vosotras habéis aportado algo a mi personalidad y forma de ser. Y especialmente a mis padres por haber confiado en mí.
Bonus extra
Yo creo que si has leído hasta aquí mereces que te cuente un par de anécdotas que pocas personas saben. La primera, cuando era pequeño encontré una moneda en un campo lleno de tierra, mis padres me habían comentado siempre que donde hay una moneda suele haber más, así que escarbé con mi pequeña mano y cual fue mi sorpresa que encontré otra moneda, y otra, y otra…hasta conseguir un buen botín (creo recordar que serían unas 5000 pesetas en monedas de cien pesetas, veinticinco pesetas y duros). Para mi economía infantil fue un auténtico tesoro, como si me hubiese tocado la lotería de Navidad, rápidamente cogí una bolsa sucia y las metí todas para correr hasta mi casa y contárselo a mis padres.
Y otra anécdota, a lo largo de mi vida he tenido la suerte de ver entrar en la tierra a dos pequeños meteoritos. Uno fue en el año 2005 sobre las 12 de la mañana en Santiago de Compostela y otro en el 2021 a las 21:00 horas en la zona de Betanzos, en ambos su luz con tonos verdosos y amarillos resultó ser inconfundible, ambos se dejaron ver apenas un segundo con una velocidad de vértigo que ni te da tiempo a coger la cámara y capturar el momento.
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