Cuando finaliza el curso académico, algunos alumnos no quieren saber nada más de sus docentes, sin embargo, algunos docentes sí quieren saber más de sus alumnos. Hoy os quiero transmitir la visión de un docente cuando las aulas se quedan vacías.
Cuando las aulas se vacían…los alumnos invaden la mente de los docentes
Cuando era estudiante nunca me planteé qué sucedía cuando acababa el curso, qué ocurría cuando las aulas se quedaban vacías y cómo llevaba el profesorado esos dos-tres meses sin impartir docencia.
No sabía realmente si los profesores nos echarían de menos, o si de lo contrario habíamos sido simples cuerpos con un nombre y apellido que quizá más adelante cuando lo volvieran a escuchar les sonase de algo. Ahora, siendo profesor, noto un vacío y cierta nostalgia, que pronto podrá ser superada con una nueva promoción de alumnos, pero mientras tanto… con las sillas subidas sobre los pupitres y las persianas a medio bajar penetrando tímidamente un intenso rayo de luz veraniego, es tiempo de reflexión para los docentes preocupados por su praxis y añoranza de los buenos recuerdos vividos en el aula.
El recuerdo de compartir muchas experiencias con el alumnado
Lo que para algunos pueden ser centros de adoctrinamiento, de inhibición de la creatividad o de frustración de los estudiantes, para otros resulta un espacio donde han confluido grandes ideas, intercambio de experiencias e inquietudes del alumnado. Ahora, con el aula limpia y vacía, al entrar en ella todavía puedo percibir los granitos de motivación que había tirado por el suelo durante el curso, motivación que algunos alumnos supieron aprovechar y otros, puede que la hayan dejado pasar.
Las aulas se cierran, los alumnos se van, pero los docentes perduran año tras año. Es tiempo de recordar los buenos momentos vividos, de refrescar el conocimiento adquirido y recibido por cada alumno…
Sólo una cámara de fotos puede captar un momento, un instante. Este es uno de los instantes que había captado un alumno que preguntó si podía sacar una foto durante la celebración del último examen de la carrera, por supuesto lo animé a sacarla, era un instante que nunca más se repetiría y sabía que años después iban a querer recordarlo. La memoria es selectiva y no guarda todos los acontecimientos vividos en el mismo cajón, unas experiencias llevan una corta fecha de caducidad y otras pasan a formar parte de la memoria a largo plazo, pero ésta siempre puede verse dañada o deteriorada, por eso, esa foto es la mejor manera de mantener vivo ese recuerdo. Alumnos entregando el examen, otros intentando buscar solución a una última pregunta mientras el profesor va recogiendo poco a poco todos los folios que reflejan el conocimiento de cada alumno.
Mantener la bombilla encendida es lo más difícil de ser docente
Sin querer, a medida que fue pasando el cuatrimestre conocía un poco más la vida de cada alumno, sin llegar a ser segundo padre, asumo gustosamente el rol tan necesario de orientador laboral y vendedor de valores humanos.
Sin embargo, uno no puede orientar si no conoce al alumno, cómo asesorarle o recomendarle algo para su futuro si no somos capaces de entender su día a día.
Cada alumno luce una bombilla incandescente en cada clase, mantener viva esa bombilla es una de las mayores dificultades de la docencia. Existen muchos factores que pueden apagarla y que el alumno en ese instante desconecte su mente del aula y empiece a flotar por un mundo imaginario de pensamientos y sentimientos, que sólo el conoce. Por eso, siempre me fascinó analizar cómo mejorar los tiempos de atención del alumnado, pues soy consciente que mientras esa bombilla brille todas mis palabras estarán siendo absorbidas por los alumnos, pero cuando esa bombilla se apaga y sigo pasando diapositivas, temo a que todo ese conocimiento que intento transmitir desprenda las letras de los slides.
En el aula universitaria, confluyen un número alto de alumnos universitarios con diversas actividades que realizan paralelamente a la universidad, desde los clásicos trabajos de dependiente o camarero, a los más contemporáneos como Dj o incluso una cantante de orquesta que he tenido en este último curso. Todos ellos merecen mi respeto y mi admiración, no es fácil compaginar trabajo y estudio, y en este mundo tan difícil, es digno de elogiar. Y en ocasiones, cuando tomo el café y leo la prensa, observo a algunos ex alumnos brillantes que han pasado por mi aula, deportistas que ahora compiten en equipos de máxima división y que su imagen es captada por los fotógrafos de numerosos periódicos, manteniendo vivo su recuerdo en mi mente.
Mi último adiós, un email escrito desde la sinceridad
Mi curso no finaliza con la publicación de las calificaciones finales, sino con el último email personal que escribí a los alumnos que obtuvieron las mejores calificaciones, les dediqué unas palabras de agradecimiento por ese fantástico trabajo que hicieron y les animé a seguir en esa línea.
Palabras sinceras de un docente hacia los alumnos que obtuvieron los mejores resultados de todo el grupo. Este año, sólo dos lograron ver ese email, y ahora, sueño con poder enviarlo el próximo curso a un número mayor de alumnos.
Es tan sólo un pequeño gesto para trabajar la motivación del alumnado, por qué no reconocer personalmente ese gran esfuerzo que hizo el alumno más allá de ponerle un número.
Buen verano para todos y seguiré trabajando en la sombra viendo como crecéis cada vez más!
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