Google no sabe nada de ella, seguramente el Ministerio de Educación tampoco la conozca y ni tan siquiera las autoridades locales. Pero hoy quiero rendir un homenaje a una de esas de miles de maestras anónimas que hacen brillar a sus alumnos, que sacan el polvo de sus lados más oscuros para que reluzcan como estudiantes con luz propia. Después de 28 años sin estar sentado en tu aula te sigo recordando con gran cariño y guardo esta postal en una pequeña caja de los recuerdos.
Para acompañar la lectura, te recomiendo escuchar de fondo esta canción (click en el vídeo)
He querido publicar este post un día diferente al 27 de noviembre (Día del Maestro/a) porque al igual que sucede con el día de San Valentín (14 de febrero) creo que todos los días debemos disfrutar y agradecer quienes somos, dónde estamos, con quién estamos, de quién hemos disfrutado y deleitarnos de esos momentos que la vida nos ofrece a cada instante. Quiero recordar día tras día a todos los buenos maestros que tuve la suerte de tener. A quienes me enseñaron más contenidos para afrontar la vida que los poco útiles del currículo. A quienes supieron despertar todas mis neuronas y captar mi plena atención con la boca semiabierta mientras transmitían valores con sus palabras, gestos y conductas. A quienes tuvieron la paciencia de atender mis necesidades específicas de aprendizaje. A quienes pese a equivocarme alguna vez, me sonrieron y me enseñaron diferentes soluciones para afrontar un mismo problema.
Quien tiene un buen maestro/a tiene parte del éxito adulto garantizado
Hasta que no llegué a la vida adulta no supe valorar la gran influencia que tienen los profesores en la vida de los estudiantes. No son personajes públicos que salen en los medios de comunicación, ni tampoco famosos de prensa rosa, son una especie poco valorada socialmente y que desde el anonimato social contribuyen con sus pinceladas a dibujar una sociedad futura mejor. Una sociedad muchas veces destrozada por las familias y por el sistema educativo. Lo cierto es… que un año después de acabar quinto de E.G.B y tras haber pasado tres años de mi infancia con la profesora Dª. Orla Rey, sentí con apenas 11 años por primera vez en mi vida la necesidad de escribir una postal a esa profesora que echaba tanto de menos.
Y de repente recibo una postal suya

Después de romper la cabeza, durante muchos días, a mi madre diciéndole que quería escribirle una postal por Navidad a mi antigua profesora. Conseguí que se acercase hasta el colegio y le pidiese la dirección postal de esta profesora. ¡Algo impensable hoy en día!. Imaginaros a una familia pidiendo una dirección personal de un profe. Los vientos de la desconfianza han soplado fuertemente en los últimos 30 años.
Y tras enviarla con todo el cariño y amor del mundo…recibo un 21 de diciembre de 1990 una carta cuyo destinatario era un pequeño niño de 11 años ;-).
Sus palabras, ciertas o no, auguraron el futuro

Cada vez que la leo, no puedo evitar que se asome por mis ojos alguna pequeña lágrima de nostalgia y tristeza, pero también de alegría y esperanza. Detrás de esas palabras había un claro pronóstico hacia lo que yo considero tener éxito, poder trabajar de lo que te gusta y disfrutar de tu vida personal. El barrio donde yo pasé la infancia es un barrio humilde de Santiago de Compostela, lleno, en los años 90, de familias numerosas con una única nómina por familia. Muchos estudiantes no llegaban a la universidad, escogían otras salidas profesionales como la formación profesional o acceder directamente al mercado laboral con 16-18 años. Lo cierto es, que esas palabras se hicieron realidad, y quizá en 1990 quedaron almacenadas en un pequeño rincón de mi cerebro que años tras año luchaban por cumplirse como si de un mensaje subliminal se tratase. Las palabras tienen mucha fuerza e impacto, pueden hacer mucho daño pero también pueden ser un volcán de motivación cuya lava invade poco a poco todo tu cerebro.

Afortunados son los buenos maestros/as que dejan huella en su alumnado
Siempre me planteo en mi docencia un objetivo muy ambicioso, hacer que mi alumnado ame mi materia y prepararlos lo más fuerte que pueda para la vida. En caso de no conseguir este objetivo, tengo uno secundario que es intentar que no odien la materia y sus contenidos. Creo que el fracaso de un profesor llega cuando sus alumnos odian su asignatura, pese a aprobar todos con buena nota. Si algún día me pasa eso, será el momento en el que me vaya de la universidad motu proprio.
Disfrutad de los buenos docentes, disfrutad de sus clases, de su compañía, no dejéis que caigan al suelo ninguna de sus palabras, observad sus gestos, reflexionar sobre sus comentarios…dentro de 10 años los echaréis de menos.
Y vosotros profes…sed conscientes del gran poder de influencia que tenéis en vuestro alumnado, no os obsesionéis por acabar el temario, que vuestro fin sea potenciar cada una de las aptitudes y habilidades ocultas de vuestro alumnado, dotarlos de un gran manantial de valores y capital humano. Eso es por lo que os recordarán, y no por calificarles con un 10 o un 4, ni por impartir sesiones magistrales con los contenidos de la materia.
Allá donde estés…gracias por darme tanto Dª. Orla.
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