Es un post para pensar, para reflexionar y leer detenidamente. Un post que aborda el mundo interior de las personas. El mundo que nadie conoce y quizá el más importante para la convivencia.
Puedes acompañar la lectura de este post con este tema de fondo (Only time de Enya)
Muchas veces, cuando me detengo a hablar con alguna persona, conocida o desconocida, me suelo fijar en su actitud, en su expresión corporal y especialmente en su mirada. Creo que la mirada es una importante vía de salida de nuestro mundo interior. Y es a través de ella donde se puede comprobar si la persona con la que estamos hablando está hablándonos desde el lugar más cálido del interior de su hogar o, si de lo contrario, nos habla desde el pedestal dando un mayor protagonismo a lo que puedan ver y comentar los espectadores frente a lo que nos quería transmitir de manera fidedigna.
Es un procesamiento de la información más lento y reflexivo
Hablar desde nuestro mundo interior es perderse en la compleja red de sentimientos y emociones que tiene el ser humano, es atrevernos a mostrarnos tal cual somos, sin prejuicios, sin adaptación a las normas sociales y sin decir lo que quiere escuchar el receptor de nuestro mensaje.
Cuando las personas hablan desde su mundo interior se conocen más rápidamente. Basta incluso un café para poder tomar la compleja decisión de incorporar a tu círculo de amistades a un completo desconocido hasta la fecha. Y contrariamente, a veces pasamos varias horas al día con personas a las que no conocemos profundamente y somos incapaces de establecer vínculos afectivos.
Amistad
Casualidad, provocación, obligación, hallazgo o selección, así nacen los amigos. Un contrato de gestos, miradas y palabras que los une en diferentes grados de intensidad. Una estrella descollante y refulgente para cada uno de ellos, el mantenimiento y disfrute es a elección de uno mismo.
El protagonismo de nuestro mundo interior se educa
Así es, no solo puede educarse, sino que debe educarse desde etapas iniciales. En una sociedad de la inmediatez, donde el ser humano accede a millones de fuentes de información con solo un click, donde recibe decenas de mensajes en su teléfono móvil cada día, donde la superficialidad ha acaparado el fin último de todas las fotos que publicamos en nuestras redes y a través de la cual se ha perdido el contacto visual entre las personas, se hace necesario educar a nuestros hijos y al alumnado a cultivar su mundo interior.
Actualmente existe una exaltación del valor del cuerpo que debe preocuparnos. Es importante querer nuestro cuerpo, aceptarlo, cultivarlo, conservarlo, relacionarlo y construirlo. Pero esto puede ir acompañado del cultivo de la mente, de dar a nuestro cerebro el alimento que necesita, de sentir cada minuto de nuestras vidas, de observar, de contemplar nuestro alrededor, de reflexionar sobre nuestras acciones, conductas, palabras y actos, de largos paseos por el mundo alejado de la cobertura wifi y bloques de hormigón, de juegos infinitos con cualquier elemento de tu entorno o de sentir la suavidad del pelo de tu mascota.
Creemos ser los dueños de nosotros mismos, y no somos más que esclavos de nuestro propio cuerpo
El ego, uno de los mayores enemigos del mundo interior
Siempre he apostado por la competición, pero entendida como la mejora de la versión de uno mismo.
Lamentablemente muchas personas la entienden como el medio para derrotar a los adversarios o el medio para subir su ego a base de menospreciar o disfrutar del mal ajeno.
Se nos educa para ser los más listos de la clase, para ser los mejores expedientes, para ganar a otros, para quedarnos callados ante grandes gestas de personas de nuestro alrededor sin hacerle llegar ni una sola felicitación. Se nos educa para intentar coger atajos si lo que queremos requiere de tiempo, para seleccionar las mejores amistades, para ir a los mejores colegios o a los mejores clubes deportivos de nuestra ciudad. Se nos educa para llevar las prendas de ropa más comerciales o para exhibir en redes sociales nuestros éxitos y ocultar nuestros fracasos y errores. Pero también educamos para hablar sin apenas escuchar, para recibir sin dar y para luchar por nuestros derechos sin cumplir con nuestros deberes.
El ego nos ha llevado a mentir, a jugar sucio, a ocultar cosas importantes, a defender lo indefendible. Pero también ha conducido a eclipsar nuestro mundo interior, llegando incluso a crear una imagen de nosotros mismos que no se corresponde en absoluto con nuestra esencia pura. Es un engaño para los demás y especialmente un engaño a nosotros mismos.
Allá donde habita un cuerpo que domina una mente, nunca se hallará el estado de bienestar
El mundo interior, el mundo que enamora
Así es como lo entiendo yo, un mundo que todos llevamos dentro de nuestro cuerpo, muchas veces oculto para los demás. Sacarlo a la luz pública es mostrar nuestros sentimientos, emociones, nuestros valores, nuestra ética y nuestra moral. Ingredientes que pueden llegar a enamorar a la otra persona hasta la máxima potencia.
Necesitamos espacios de tiempo en nuestro día a día para la reflexión, de aislamiento social y tecnológico, de afrontamiento de nuestros miedos, de reconocimiento de nuestras debilidades y amenazas, de descubrimiento de nuestras fortalezas y oportunidades, tiempo para la lectura, tiempo para el debate, para disfrutar del arte, para emocionarnos con una buena pieza musical, para sentirnos niños, en definitiva…solo necesitamos tiempo para conocernos.
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