Hace escasos días tuve la oportunidad de hablar con una chica por teléfono, la llamé porque me había preguntado por email una duda sobre las categorías en atletismo y cómo podía sacar licencia para competir. Durante la conversación que mantuvimos le expliqué cómo podría obtener la licencia y en qué competiciones podría participar, cuando de repente se quedó callada y posteriormente me comentó…-ya…pero yo…soy diferente.
La diferencia que conduce a la indiferencia
En ese momento, cuando me dijo que era diferente pensé… si diferentes somos todos. Al acabar la conversación me quedé durante unos minutos pensando sobre la conversación que habíamos tenido, y cómo influye la sociedad y las personas para que una persona diga con voz tímida y con cierto lamento que ella es diferente.
En este caso, es una silla de ruedas la que hace que esta persona sea diferente, pero… ¿Qué es la diferencia? o quizá mejor ¿Qué nos hace sentir diferentes?. Diferencia es todo, nada es igual, ni un cuerpo, ni una mente ni un rol. Sin embargo la indiferencia es algo que podemos evitar y paliar, la mirada hacia nosotros mismos sólo provoca una exaltación de nuestra indiferencia hacia a los demás. La mirada hacia los demás disminuye la indiferencia y resalta los valores humanos, la empatía y la responsabilidad y conciencia social.
La velocidad de la sociedad
Hace unas semanas hice un ejercicio de reflexión que nunca había hecho. Circulaba por el autopista a 120 kilómetros por hora, parecía sentirme en sintonía con otros conductores que en ese momento compartían espacio y tiempo conmigo. En ese momento pensé en ser diferente, en circular a una velocidad menor a la que iban todos los vehículos, reduje la velocidad a 80 km/hora y fue ahí cuando brotó un pensamiento crítico y empático. Me percaté que todos los vehículos circulaban más rápido que yo, 110 km/h, 120 km/h… La sensación es un poco extraña, tu sigues dentro del coche con tu música de fondo, tus manos en el volante pero observas que el mundo a tu alrededor circula a gran velocidad difícil de entender y seguir, si tu vehículo no puede superar los 80 km/h.
Mi automóvil estaba provocando una dificultad para mi participación social. Este pensamiento, es lamentablemente el que tiene la mayoría de las personas, el problema es mío, y si no me adapto a la velocidad de la sociedad entonces quizá no deba existir o disfrutar de la vida y sea una carga para el mundo.
¿Qué sucedería si las personas en un gesto de caridad hiciesen carriles separados de la circulación ordinaria para circular a 80 km/h? Esto sería lo que el ser humano denomina integración. No te preocupes, pobrecito, que te integramos y circulas por tu carril pero no interaccionarás con los otros vehículos.
El sabor agridulce de la integración e inclusión
Algunos del gremio de la concienciación hacia la atención a la diversidad señalan que es mejor la inclusión que la integración, entendida ésta como una aceptación de todas las personas y la dotación de todos los recursos materiales, técnicos, infraestructuras necesarias para que cualquier persona pueda desempeñar su rol en la vida de forma normal. En el momento en que aparezca la tan necesaria inclusión, circularé a 80 km/hora por la autopista por donde van los demás coches y sin que nadie me mire con cara de pena. Ese mundo todavía no ha llegado, básicamente porque para que exista inclusión hacen falta dos pilares muy importantes. Primero que se invierta dinero en dotar todas las instalaciones, infraestructuras, etc. en una mejora de la accesibilidad para cualquier persona, independientemente de su discapacidad, y segundo porque para que la inclusión tenga éxito debe cambiar el comportamiento de las personas, y esto es muy difícil de conseguir, mientras no se eduque correctamente a los niños, no se prohíban ciertos contenidos gráficos y textuales en los medios de comunicación, no se cambie el rol de la persona con discapacidad en el cine como víctima sumisa, resaltando sus deficiencias y lo que no es capaz de hacer, en vez de lo que es capaz de hacer y no se denuncien las imágenes humillantes y vídeos que circulan a diario por internet y redes sociales.
Sé fuerte, eres un ejemplo para muchos como yo
Mientras unos se levantan cada día y se preocupan por maquillarse, ponerse guapo, hacer un selfie o por no haber cargado la batería del móvil la noche anterior, otros se levantan cada día e intentan participar en el mundo, intentan valerse por si mismos y tener un pequeño reconocimiento social a la vez de soñar con un día en el que no tengan que pedir ayuda a nadie o que simplemente no le miren raro ni con sentimiento de cariño.
Así es la diferencia entre dos mundos, el mundo de la persona con discapacidad y el mundo de la persona sin discapacidad.
Seguramente esto que me estoy imaginando diste mucho de lo que viven algunas personas con discapacidad y ojalá no se viesen reflejadas para nada en este escrito.
Pese a hablar de integración e incluso los más atrevidos de una sociedad inclusiva, todavía no hemos conseguido ese primer paso que es la integración, ese paso donde una persona se incorpore a la sociedad, participe, asuma un rol y éste rol sea aceptado y respetado por los demás.
Sin embargo, saltamos el peldaño de la integración y aspiramos a la inclusión, una inclusión inexistente en la mayoría de los grupos y sociedades.
Serás todo lo grande que quieras y todo lo pequeño que la sociedad te haga
Si nos subimos a un globo aerostático podremos observar conforme alcanzamos altura como las personas se van haciendo diminutas dando protagonismo a un mar de hormigón, ladrillos, naturaleza y agua. La sociedad es una máquina que circula a gran velocidad. Miles de pequeños individuos intentan adelantarse a ella y ofrecer lo que necesitarán sus iguales pero no miran hacia la «diferencia», la mayoría de los miembros se conforman con ir a la par de ese avance, pero una población muy importante se está quedando atrás, su número de personas es ridículo para muchos y por eso no se presta la atención que merecen, pero el daño que provocamos todos a estos seres iguales a nosotros, es muy grande, y seguramente no alcancen la felicidad que desean para su vida, porque nuestras conductas, nuestras palabras, nuestros gestos van calando en su mente y en su corazón, y sin darnos cuenta, no estamos favoreciendo su desarrollo para que suban a esta máquina y disfruten de ver el mundo desde esa velocidad impuesta por la sociedad.
No esperes a tener un hijo con discapacidad, o un familiar en situación de desventaja social, económica, de autonomía, etc. ni tampoco a que los políticos hagan algo, adelántate y empieza a construir tu pequeño mundo inclusivo, para que entre todos traigamos la inclusión desde nuestros sueños a la realidad.
Sé el primero en responder