Son pequeños hechos y vivencias que poco a poco van calando en mi cerebro. Son a veces detalles que traspasan la frontera de lo insólito a la normalidad. Son realmente indicadores del rumbo embriagado de una sociedad aturdida. En este post os invito a reflexionar sobre algunos factores influyentes que evitan la consecución de una sociedad comprometida y profunda.
Vete a la mierda
Eran las 6 de la tarde de un domingo y me apetecía salir un poco de casa para jugar un poco con los niños del pueblo. Allí estaban unos 7 futboleros golpeando el balón al lado de una bonita casa rústica. Les pregunté si podía jugar y pronto sacaron una bonita sonrisa de querer compartir momentos con un adulto. Todo transcurría con normalidad, hasta que uno de los niños, quizá el que tenía 9 años, me mandó a la mierda sin motivo alguno. Fue en ese momento, cuando paré el partido y le advertí que nunca debe mandar a la mierda a ninguna persona, especialmente a un adulto. Le indiqué que debe tener respeto hacia los demás. Posteriormente me pidió perdón, pero tuvo un fallo, pedirlo mirando de reojo a los otros niños y con media sonrisa. Le volví a agarrar de la mano y le dije seriamente, insisto, no está bien lo que estás haciendo, riéndote de mí mientras pides un perdón.
Eterna adolescencia
Todos somos conscientes de la compleja etapa que supone la adolescencia para la convivencia familiar. Todos nosotros hemos pasado por ella, y seguramente a los 15 años nos creíamos los reyes del mundo, pensábamos que teníamos todo controlado y no entendíamos los consejos de nuestros padres, siempre en contra de nuestras decisiones.
Es una etapa por la que hay que pasar y sirve de un gran aprendizaje para nosotros mismos. Sin embargo, hoy en día observamos que la adolescencia se ha adelantado en edad pero también se ha retrasado su desaparición. Vemos a niños de 11 años adoptar comportamientos negativos como niños de 15 años de hace un par de décadas y adultos de 18 años que poco cambiaron sus propias conductas, actos y forma de pensar de cuando tenían 15 años. Incluso, en algunos de nuestros amigos observamos que se prolonga hasta muchos años más, adoptando pautas infanto-juveniles en la vida adulta.
Quizá no podamos llamarle adolescencia como tal, pero sí réplicas de la adolescencia. Y todo ello radica generalmente en la educación recibida en el propio hogar, en la falta de obligaciones, consecuentemente en la falta de madurez, en ausencia de valores, en la ausencia de reflexiones profundas y en la vivencia en la superficialidad. Hace escasos días publicaban, por primera vez, en el telediario unas imágenes de una cámara de seguridad en una discoteca donde se observaba como un joven agredía a otro con un fuerte puñetazo, en las imágenes se podía percibir a escasos 2 metros de este a una chica que estaba haciéndose un selfie y ni se inmutó ante la agresión, giró la cabeza hacia la víctima durante un segundo y continuó con el ajuste de su cámara del móvil.
Nos genera más satisfacción hacer mal que hacer bien
El odio es uno de nuestros mayores enemigos, poco a poco muchas personas de nuestro entorno van pasando a la lista de amigos no deseados. Esto no sería problema alguno, dado que tenemos la libertad de elegir a las personas con las que queremos viajar por el mundo, pero si que es un problema cuando nuestra felicidad se nutre del mal ajeno, cuando somos felices haciendo sentir mal a las personas que ya no queremos o cuando no felicitamos a aquellas personas que tienen éxito.
Nuestros hijos no son nuestra única pata en la vida
Nos aferramos a nuestros hijos como si fuesen nuestros y nuestra vida dependiese solo del bienestar y felicidad de ellos. Queremos enseñar al mundo lo buenos que son, lo bien que hacen las cosas, las buenas notas que sacan… Pero cuántos padres nos muestran las dificultades que tienen sus hijos por ejemplo para sacar un buen expediente, para ser un campeón en el deporte o para ser educado en los sitios públicos donde interacciona con otros niños y adultos. ¿Realmente hay necesidad de idealizar a nuestros hijos?. Respeto, por supuesto, a todos los padres/madres que quieren mostrar al mundo la evolución de sus hijos día tras día, pero pido que se muestren también las dificultades, porque no hay niños perfectos.
Ese gran amor conlleva en muchas ocasiones a querer darle todo, a que nunca derrame ni una lágrima y no tenga rabietas por cosas que quiere tener y no puede conseguirlas. No queremos que tenga los mismos obstáculos que hemos tenido nosotros en nuestra infancia, y sin embargo, son precisamente esos obstáculos los que han esculpido nuestra personalidad, nuestra buena praxis, nuestro cariño, respeto hacia los demás y empatía.
La libertad hay que saber gestionarla
Cada vez es más palpable, en nuestra sociedad, la reclamación y lucha por los derechos de los ciudadanos. Libertad de expresión, presunción de inocencia, igualdad, que las rentas más altas aporten a las más bajas, economía del bien común, derecho a un trabajo digno, derecho a la calidad sanitaria…son algunos ejemplos. Pero sin embargo, para obtener derechos hay que cumplir con deberes, no se puede entender un mundo lleno de derechos sin deberes, ni tampoco un mundo lleno de deberes sin derechos. Pero es aquí donde radica el principal problema, en la falta de herramientas para saber gestionar la libertad y nuestros derechos y deberes. Recientemente tuve la oportunidad de estar con un niño que le pedía a sus padres una consola nueva y que lo llevasen a un parque de bolas infantil, le pregunté, ¿qué deberes has cumplido hoy para tener estos derechos?. Me respondió que no sabía, le pregunté entonces ¿Has hecho tu cama?, ¿Has limpiado y ordenado tu habitación?, ¿Te has ofrecido para colaborar en alguna tarea de casa?. El niño, con una mirada tímida me respondió que no había hecho nada, que estuvo viendo la televisión toda la mañana, comentándole entonces ¿por qué crees que tus padres deben entonces cumplir con tus deseos?.
La política marchitada
Recuerdo cuando era un niño y pensaba que tanto la familia real como los políticos tomaban importantes decisiones para nuestras vidas, confiaba en ellos plenamente y sabía que estaban haciendo un bien para todo el país. Hoy, cada vez es mayor el descontento de la población,los continuos casos de corrupción, la falta de capacidad para afrontar problemas muy importantes que estamos padeciendo, la guerra interna por la fama dentro de los propios partidos y entre ellos, todo se ha convertido en un peculiar circo donde los actores se mofan de los espectadores, donde siempre se reproducen las mismas funciones y se escuchan a menudo los mismos discursos del presentador del espectáculo circense.
Pero por suerte, pese a este gran avance de la sociedad deteriorada hacia el precipicio del deterioro, están aquellas personas, familias, trabajadores y políticos que luchan por todo lo contrario, por la sociedad digna, por la dignidad de las personas y por los derechos y deberes bien repartidos entre sus ciudadanos. No perdamos la esperanza y sumémonos a este movimiento.
Sé el primero en responder