Es sin lugar a dudas curioso lo que sucede en la sociedad actual. Niños con un excesivo protagonismo y receptores de elogios a cada minuto por parte de sus progenitores. Y adultos que recibieron su último halago cuando cumplieron la mayoría de edad.
Eres un campeón, ¡conseguirás todo lo que te propongas!
Este es uno de los mensajes que más escuchan los niños. Una frase que tenemos que matizar, porque casi con total seguridad cuando se la decimos a nuestros hijos, estamos engañándolos. En la vida no siempre se consigue todo lo que uno se propone, muchos sueños son quebrados a diario. Y es lógico, si tuviésemos acceso a todo incluso me atrevo a decir que sería aburrido, lo quiero, lo consigo.
Pero no deseo que se malinterpreten mis palabras. Por supuesto que tenemos que animar a nuestros hijos a luchar por las cosas que quieren, a no tirar la toalla fácilmente, a enfrentarse a adversidades para conseguir alcanzar su sueño.
Pero en este proceso, tenemos que decirle que a veces no se consiguen las cosas. En ocasiones porque no depende de nosotros y otras veces porque no tenemos los recursos suficientes para alcanzarlas o no tenemos esa oportunidad que brinda la vida a algunos.
Así, el mensaje cambia, ¡lucha por lo que quieres! y si al final no lo consigues, habrás hecho todo lo que estaba en tu mano.
No quiero una medalla que regalan a todos, quiero una que consiga yo por mis méritos
Tenéis que permitirme, que a mi edad, ya empiece a realizar mis pinitos contando «batallitas del abuelo». Fui de esos niños educados en el seno de una familia sencilla en un barrio humilde. Allí no había medallas para todos, si querías algo tenías que esperar para conseguirlo y muchas veces no llegaba ese objeto/deseo tan preciado.
Hacía atletismo y mis padres me llevaban a todas las carreras populares que se celebraban en decenas de pueblos de Galicia. Conocí una gran parte de los ayuntamientos gallegos por las carreras que se organizaban allí. La dinámica era la siguiente, nos levantábamos temprano el domingo y mi padre conducía hasta un pueblo remoto. Llegaba la hora de la salida de la carrera de los niños y unos minutos antes calentaba mis músculos para que estuviesen a pleno rendimiento. Recuerdo que muchas carreras transcurrían por pistas y senderos de pueblo, salían las señoras y señores con los utensilios de la agricultura y ganadería a animar, aunque otras veces te observaban con cierta rareza y desconfianza pensando en qué hacían allí unos niños corriendo con un dorsal puesto sobre su camiseta. Lo cierto es que esos 4-5 kilómetros de carrera continua a un ritmo intenso, y muchas veces prácticamente en solitario, escuchando solo tu respiración, a veces te conducían a la gloria y lograba colarme entre los 3 primeros, ganando un trofeo o una medalla. Subía a un podium, en ocasiones formado por 3 mesas, y pasaba a exposición pública entre más de un centenar de adultos que aplaudían sin parar. El subidón de autoestima era bestial, debe ser similar a una inyección en vena de dopamina. Pero esto, no siempre sucedía, y hubo días en que por un puesto o por varios no lograba subir al podium.
El día me daba otro regalo, recibía una sabia lección de continuidad en el esfuerzo, constancia y resiliencia. Hoy no pudo ser pero si sigo entrenando para la próxima puede que lo consiga. Y así fue como poco a poco los valores que me aportó el deporte se iban colando en mi vida personal y profesional. No era un niño que recibía halagos constantes, éramos 4 hermanos y mis padres debido a su trabajo no siempre tenían minutos para estar conmigo y darme elogios de forma gratuita. Hoy se lo agradezco, porque ese exceso de elogios pudo cambiar el rumbo de mi vida. Pudo convertirme en un tirano entre mis amigos del colegio, en el emperador de mi hogar y en un futuro adulto con tendencia a la depresión y la dependencia paterna.
La vida adulta no es fácil, está llena de adversidades y los elogios han desaparecido
Una de las claves emocionales para tener un buen desarrollo afectivo es que el niño tiene que recibir afecto de sus progenitores. Pero esto no significa regalar piropos diarios, hacerle confundir que la felicidad reside en el reclutamiento de bienes personales y materiales o dejarle decidir y hacer lo que quiere en todo momento. Ni tampoco significa dar medallas para todos en las competiciones escolares. Ni acabar de último en una competición y decir que es un campeón.
Resulta muy curioso ver cómo cuando eres mayor apenas recibes piropos y halagos de las personas que te rodean, incluso, me atrevería a decir que quizá quienes te valoran más son las personas que más lejos están de ti, a veces las que menos te conocen. Y puede ser por una falta de educación para reconocer el éxito ajeno o para educar en destacar las cosas buenas y positivas de las personas que conviven a diario con nosotros.
Quiero que pienses ahora mismo en tus compañeros de trabajo, compañeros de clase, vecinos…¿Cuándo fue la última vez que recibiste un halago de algunos de ellos? o también puedes reflexionar sobre ¿Cuándo fue la última vez que elogiaste a alguna persona amiga o conocida?.
Educamos para el egoísmo y el egocentrismo y nos olvidamos que somos seres sociales, que en parte, nuestra salud emocional se ve afectada por la falta de aprecio de los otros.
Y así es como los niños se emborrachan de elogios mientras los adultos buscan en la basura uno desesperadamente. Hoy puede ser un buen día para enviar a alguien un mensaje con un halago, para que dediques unas palabras de reconocimiento a un contacto tuyo o para que escribas en el mundo de un amigo lo mucho que lo aprecias. Estoy seguro que le harás sonreír.
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